Martín Ibarra es uno de los tipos más irracionales que he conocido. Su mundo no conoce el orden ni la más mínima armonía. Nunca se peina. Casi no se baña. La cantidad de cerveza que puede entrar a su estómago es idéntica a la de necedades surgidas de su boca en menos de una tarde con su noche incluída. Glotón irremediable, el erupto es la principal rubrica de su saludo y si sus amigos lo hemos tolerado por tanto tiempo, fuera de las horas de oficina en la universidad, es porque nos hace reir con sus ocurrencias. Las habilidades para amenizar la juerga son infinitas: puede abrir cervezas con los dientes, regañar elocuentemente a un mesero distraído, discutir con un vendedor de lotería hasta demostrarle que el sorteo está arreglado, además de convencer al más firme polemista de bar que los gringos nunca pisaron a la luna, Pedro Infante no ha muerto y que Fidel Castro es un androide desarrollado por los soviéticos que ha cobrado vida propia, luego de la muerte del Che Guevara, y que ha dominado la isla por completo. Otra de sus teorías más radicales afirma que Europa no existe y que todo lo que se dice de allá son mentiras.
-Cada vez hay más gente que cree en esto de la luna. Los soviéticos no engañaron al mundo y por eso solo trajeron piedras. En una película se nota como a la bandera la mueve el viento y en la luna eso es imposible.
MITO DE SURINAM
"Las catástrofes ponen de relieve nuestra debilidad y el poder de la tierra y tienen una belleza que nos maravilla, aunque sea destructiva", ha afirmado Negrete al presentar "Atlántida" (Espasa) en la isla griega de Santorini, escenario de la que se considera la mayor erupción volcánica de la historia de la humanidad. Ocurrió hace 3.500 años y destruyó una isla en la que, según algunas teorías que sigue la novela de Negrete, estaba situada la mítica Atlántida revelada por Platón. Los efectos de aquel fenómeno terminaron con la próspera cultura minoica y transformaron el lugar en uno de los paisajes más insólitos del planeta, "un lugar maravilloso" esculpido por "la ira de la Tierra", según la descripción hecha por Javier Negrete (Madrid, 1964) frente a la caldera de lo que fue un imponente volcán.
LEYENDA DE SURINAM
Surinam es un país. Es lo primero que digo cuando me preguntan qué cosa es Surinam. No está extraviado en las selvas del África salvaje ni escondido como un enano travieso en medio de dos súpergigantes asiáticos. Tampoco es una isla del Caribe, ni de Indonesia, ni de las Antillas, ni de Oceanía. Ni siquiera es una isla. Menos un paisito de Centroamérica cercano a México. A ver, consigue un mapa del mundo. Ubica América del Sur y luego señala Brasil con un dedo. Empieza a bordear, de abajo hacia arriba, su inmensa costa atlántica –Río de Janeiro, Salvador, Fortaleza, Belem–; en algún momento llegarás indefectiblemente a la Guyana Francesa, una suerte de club privado y de ultramar de Francia. Si sigues bordeando esa arqueada costa atlántica, aparecerá de pronto un puntito quizá más chico que la yema de tu dedo: Surinam es casi del tamaño de Uruguay. Es un país. Hay pruebas suficientes para afirmarlo. Por ejemplo, existe el río Surinam, una línea aérea llamada Surinam Airways, la Federación de Fútbol de Surinam, el Banco de Surinam, el mapa de Surinam bajo tu dedo y una ingeniera de la Universidad de Surinam, surinamesa de piel morena y pelo revuelto y descuidado que me dice, en este instante: “Surinam es un país hermoso, pero nadie conoce Surinam”. Ni a los surinameses